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gabrielito

Una historia inconclusa

Si hubiese sido rey me hubieran conocido con el nombre de GABRIEL I EL INCONCLUSO. Empezar empiezo...pero acabar,eso ya es otra historia...

EL VIEJECITO

Era una hermosa tarde de primavera, pero yo estaba triste y como tenía ganas de estar solo comencé a andar y andar, sin darme cuenta había dejado atrás el pueblo y me encontré en el monte. De inmediato me vi rodeado de árboles y hermosas flores: ¡¡que paz y tranquilidad se respiraba allí!!. Seguí paseando y admirando toda la belleza que me rodeaba.
Al pronto me encontré con un viejecito, ni bien ni mal vestido, pero muy limpio y eso lo demostraba su abundante, larga y canosa barba. La verdad, es que le daba una arrogancia y una dignidad fuera de lo normal. En pocas palabras, irradiaba paz y confianza y allí estaba sentado en un pequeño risco; por un momento llegué a pensar que me estaba esperando, y así era.
Al llegar hasta él, respetuosamente lo salude.
- Buenas tardes señor.
El viejito con una voz armoniosa y segura me contestó:
- Hola hijo mío, ¿cómo te encuentras? Siéntate y descansa.
Así lo hice, y sin darme casi cuenta, allí estaba yo contándole mis cuitas y pesares, y allí estaba él, escuchándome con atención, sin perder ninguna de mis decepciones.
En un momento dado me dijo:
- Hijo, ¿Quieres que te cuente una historia? Que no es cuento ni fábula, porque esto sucedió hace ya algunos años. No creas hijo que sucedió hace muchos años, pero eso sí, por lo menos casi medio siglo.
- Por favor, cuéntemela. Le dije yo ansioso.
El viejecito con cara sastifecha y bondadosa comenzó:
- Como ya te he dicho antes, hace algún tiempo, un cálido día de mayo, prologo inequívoco de un caluroso verano, se celebraban las primeras comuniones de un buen número de niñas y niños, todos iban guapísimos, inmaculados, como el día lo requería.
De entre todos los niños sobresalía uno, pero no creas que era por ser más alto o más guapo, si no porque era el más pequeño de todos en edad, mira tú que todavía le faltaba, digamos que oficialmente, un año para tomar su primera comunión.
- Bueno, no quiero alargar mi historia con detalles superficiales, así que vayamos al grano. Me dijo el viejito.
- Terminada la ceremonia, se le acercó a este niño un hombre bastante joven, rubio y de poblada barba, aunque su rostro estaba algo pálido tal vez por estar cansado o mal alimentado, su cara irradiaba dulzura, tanta dulzura que cuando el hombre le cogió la manita, este ni siquiera se asustó.
El hombre con voz emocionada le dijo: ¡te voy hacer un regalo!
El niño curioso le preguntó: ¿que me vas a dar?
El hombre saco de su bolsa algo que parecía una cajita, una hermosa cajita de porcelana finamente decorada.
El niño con asombrados ojos dijo: ¿Eso es para mí, me la vas a regalar?
- Sí. Le contestó.
Se la puso entre sus pequeñas manos, mientras que con las suyas abarco las del niño que amorosamente cogían la cajita de porcelana.
El hombre se arrodilló ante el pequeño y mirándole a los ojos dijo: Amado niño, hoy a sido uno de los días más felices de tu vida, no lo olvides y voy a pedirte una cosa.
El niño emocionado le decía: Sí lo que quieras, quieres venir a mi casa a comer chocolate, parece que tienes algo de hambre y en casa hoy hay mucha comida para celebrar el día de hoy.
- Lo que quiero es que en esa cajita guardes todas tus buenas acciones a lo largo de tu vida y llegará un día que la necesitaras para ver el fruto que ha dado tu vida. Diciéndole esto le dijo: ¿me quieres dar un beso?
El niño emocionado lo abrazó y besó.
Se puso de pie el hombre y posó su mano derecha sobre la cabecita del niño y bendiciéndole se fue.
El pequeño se quedó algo triste, pero a la vez estaba henchido de felicidad y gozo, la hermosa cajita era el mejor y más bonito regalo que le habían hecho y eso que le habían hecho muchos.
Lo curioso del caso es que cuando el niño fue a contar lo sucedido, nadie había visto a ese hombre, ni nadie veía la hermosa cajita de porcelana, solo la veía el niño.
Entonces pensó, esto es un secreto que me ha regalado este buen señor y nadie la puede ver más que yo. Y así quedó la cosa.
El viejo me preguntó: te ha gustado la historia.
- ¡Sí, mucho, muchísimo! Lastima que haya terminado.
- No, si no termina aquí, esta historia sigue, ¿quieres seguir escuchándola?
- Si por favor, estoy aquí muy a gusto con usted, siga, siga por favor.

1 comentario

hada -

yo también quiero saber qué pasa...